OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE
LAS PROBLEMÁTICAS ACTUALES DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO, EXPRESADAS EN LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE, DE LA ONU
MITO ZOROÁSTRICO O MAZDEÍSTA
Cuenta el mito zoroástrico o mazdeísta que, cuando una persona muere, su alma, para ir al otro mundo, ha de atravesar el «Puente de la Retribución», un puente entre el más allá y el más acá en el que un dios intermedio, Rush, pregunta al alma que ha hecho de su vida. Entonces su vida se traduce en un tapiz, más elaborado cuanta más rica haya sido la vida de la persona. En función de la obra que haya hecho, de su riqueza y acabado, la persona es juzgada. Si la obra es imperfecta o está incompleta, la persona se re- encarna en otro cuerpo para terminar su obra. Si su obra tiene una perfección suficiente, continua su viaje al más allá para ser recompensada por el dios Ahura Mazda al otro lado del puente.
Karim Humam era un conocido empresario que amaso una inmensa fortuna en poco tiempo. Petróleo, armamento y un hábil juego inversor en bolsas de todo el mundo hicieron que su pequeña herencia se convirtiese en uno de los capitales más sólidos del país. Diríase que vivía solo para hacer dinero y para mostrar a los demás su inmensa fortuna: en su fastuoso palacio en Sidi Bou Khalam, clásica construcción andalusí, de inmensos jardines con fuentes y acequias, de altos muros y arcos de herradura, solía dar anualmente una gran fiesta. No faltaba detalle: músicos tocando el laúd, todo tipo de manjares, bailarines y bailarinas... Era la ocasión para hacer los mejores negocios, y también para dejar patente a toda la comunidad su poderío económico creciente.
Aquel año, al llegar el final de la primavera, de nuevo convocó a amigos y conocidos a su esperada y suntuosa fiesta. Todo estaba dispuesto de la manera acostumbrada: jardines llenos de mesas con los más variados manjares, varios grupos de músicos, bebidas de todo tipo, luces, sirvientes bien dispuestos por doquier... Aquel día cerraría varios negocios importantes en el ámbito del armamento y del pingue negocio de los psicofármacos, con idea de apoyar financieramente a ciertas compañías cuyo objetivo era ni más ni menos que inundar de pastillas a los sanos. En total esperaba a más de seiscientos invitados. Después de las que organizaban la nobleza local, sería una de las fiestas más memorables y concurridas.
Avanzada ya la tarde, y con casi todos los invitados recorriendo salones y jardines, la cosa no podía ir mejor. Varios jeques se mostraron encantados de poder estar allí (había ido incluso alguno no invitado), y había cerrado los negocios previstos y se le ofrecía alguno más. Estando en una de las salas contiguas al salón principal preparando otra inversión, de repente se sintió acalorado, con cierta presión en el pecho y con dificultad para respirar. Nada grave, dijo. Pero pidió unos minutos para retirarse al baño. Se refresco con abundante agua y comenzó a sentirse mejor. Sin embargo, lo que le sucedió al abandonar el baño le dejo asombrado: aunque salió por la misma puerta por la que había entrado, no se encontró en la sala contigua, sino en un jardín de una belleza extraordinaria, un jardín de una belleza y luminosidad desconocidas. ¿Estaba en su casa? ¿Dónde estaba? Cuando quiso retroceder, ya no pudo encontrar la puerta por la que había salido. No había más que jardín por delante y bosque por detrás. Estupefacto, comenzó a recorrer el camino en el que se encontraba, por ver si daba con el camino de vuelta. Estaba asombrado porque sabía que había llegado a aquel lugar desde su casa, en la que se encontraba apenas hace unos minutos. Al poco cayó en la cuenta de que se sentía bien de nuevo. Es más: se sentía mejor que nunca. Caminaba con agilidad inusual por aquel sendero al final del cual -entre árboles y arbustos- se divisaba un enorme puente de piedra sobre un anchísimo rio. Detrás del puente nada se veía, porque lo invadía todo una espesa niebla.
Cuando se fue acercando al puente, pudo percibir que en su mitad había alguien mirando hacia él. Diría que le estaba esperando. Pensó que quizá esta persona podría indicarle como volver a su casa. Ya estaba en el dintel del puente y pudo ver que aquella persona, de una altura y envergadura notables, vestía una larga túnica tan brillante que se diría luminosa. Tenía el rostro oculto por una capucha. Pero, a pesar de todo, su presencia no era intimidante, sino acogedora. Y lo fue más cuando, para sorpresa suya, aquel personaje le recibió llamándole por su nombre, con voz grave y profunda:
-Karim. Ven. Te estaba esperando.
No se atrevió a decirle nada. Pero, antes de que pudiese reaccionar, aquel ser le dijo:
-Déjame ver lo que llevas ahí detrás.
No recordaba haber salido de la habitación con nada ni haber cogido nada en el cuarto de baño. Pero cuando, por puro acto reflejo, miró hacia atrás, pudo entrever que llevaba algo colgando en la espalda. Algo grande. Lo palpó y se lo descolgó: ¡un tapiz!
-Es el tapiz de tu vida -dijo el encapuchado.
Karim Humam lo abrió: allí estaban todas las escenas de lo que era importante en su vida! Con infinidad de hilos tejidos estaba recogido todo lo que el construyó: su palacio, sus casas, sus negocios. También estaban allí sus nombramientos, cargos honoríficos, títulos, condecoraciones. Y asimismo estaban reflejados, mediante diversos símbolos, las escenas más significativas de su vida. La verdad es que era un tapiz precioso, amplísimo. Y se sintió tan satisfecho por el cómo lo estaba por todo lo que había conseguido en su vida.
En ese momento, el ser de luz, asintiendo, afirmó:
- ¡Cuánto has hecho en tu vida!
Parecía corroborar el sentimiento de orgullo de Karim. Pero, casi sin interrupción, el encapuchado pregunto a Karim:
-¿Tienes algo que agradecer a alguien en tu vida? Tanta obra y tanta riqueza que hay en tu vida, ¿a quién se la debes?
Karim, como espoleado por un resorte, le espetó con cierto mal genio:
-¿Cómo que a quien tengo que agradecer todo esto? ¡A nadie! Yo me he hecho a mí mismo. Siempre he trabajado sin parar para lograr mi fortuna, para construirme mi palacio y mis casas, para lograr mis títulos y distinciones. He sido un esclavo del trabajo y todo lo he conseguido solo con mi esfuerzo.
-¿Estás seguro? -dijo lenta y gravemente el ser de luz.
Karim dudo un instante. Pero luego, tomando fuerza de nuevo, aseguro contundentemente:
-¡Totalmente seguro!
El tiempo pareció detenerse. La conversación parecía haber acabado. En ese momento, la niebla comenzó con rapidez a cubrir todo el puente.
Súbitamente, en medio de la niebla, comenzaron a aparecer cada vez con más nitidez puertas inmensas, fantasmagóricas, etéreas. Una de ella se abrió, y aparecieron dos figuras luminosas que, acercándose a él, le miraban con cariño, pero con tristeza. A Karim le resultaban conocidas, incluso familiares. Ambas figuras, al acercarse, fueron directamente al tapiz, arrancándole cada una de ellas un gran número de hilos. El tapiz había perdido algunos de los hilos más importantes y algunos de sus dibujos comenzaban a desdibujarse.
-Pero... ¿Quiénes sois? ¿Por qué os lleváis hilos de mi tapiz? -preguntó Karim, temeroso.
Las figuras se detuvieron frente a él. Le miraron. Y, al cabo de un instante, dijeron quedamente:
-Somos el espíritu de tus padres. Hemos venido a recoger los hilos que nosotros te dimos: tu vida corporal, los primeros cuidados, el cariño, el lenguaje, el ánimo para enfrentarte a las primeras dificultades, a distinguir entre lo bueno y lo malo...
A continuación, y sin esperar respuesta, se alejaron rápidamente y se perdieron entre la niebla.
Aún estaba Karim impresionado por esta aparición cuando, abriéndose una segunda puerta, apareció otra figura imponente, brumosa, con aspecto de venerable anciano. Silentemente se aproximó también y, llegando hasta el tapiz, tomó varios hilos gruesos y tiró de ellos, extrayéndolos totalmente. No llegó Karim a preguntar nada, porque el anciano se adelantó a decir:
-¿No me recuerdas, Karim? Soy tu primer preceptor y maestro, quien te enseñó a leer, quien te inició en nuestra cultura, en las artes, en la literatura, en todo aquello que te ha permitido expresarte y valerte por ti mismo en este mundo. Estos son los hilos que me llevo.
Karim alargó la mano lentamente, con ademán de no dejarle marchar, pero en ese momento se abrió una tercera puerta, de la que salieron varias figuras de rostros conocidos. Mientras fijaba su atención en estas nuevas figuras, el anciano maestro se disolvió en la niebla.
-Hola, Karim. Somos tus viejos amigos. Tus verdaderos amigos de la infancia y juventud. Después de nosotros ya no has tenido verdaderos amigos, sino socios o siervos. Pero nosotros acompañamos tus días, nos divertimos juntos, sufrimos juntos, te dimos nuestro apoyo y cariño, compartimos bienes cuando tu apenas tenías nada. Es todo esto lo que ahora nos llevamos.
Llegándose todos al tapiz, cada uno tomó uno o varios hilos y, con rapidez, desaparecieron también en la niebla.
El ser de luz, que había tornado cierta distancia, estaba hieráticamente siendo testigo de toda la escena. Karim le miró entre enfadado y amedrentado. Pero poco duró su tranquilidad, porque enseguida apareció una bellísima figura femenina desde otra puerta. Por primera vez, y a pesar de que estaba transfigurada, Karim pudo reconocer a su primera esposa, ya fallecida. Recordó como Anwar habla sido su apoyo incondicional durante los primeros y peores años, que estuvo a su lado cuando no era nadie ni tenía nada, que apoyaba cada viaje, cada trabajo, cargando ella con sus malos humores y dándole siempre cariño a cambio, cariño que le sostuvo en toda aquella época. También Anwar tomo un gran manojo de kilos del tapiz.
Tras ella fueron innumerables los personajes espectrales que aparecieron tras las puertas: profesores, conocidos prestamistas, agentes comerciales, siervos, amistades, familiares, vecinos... Cada uno se fue llevando un kilo tras otro.
Tras un tiempo que Karim juzgó eterno, la niebla se disipó tan súbitamente como había llegado. Respiró con alivio. Solo quedaba allí el encapuchado. Este, levantando el brazo, señaló el tapiz. Lentamente, Karim bajo la vista para mirarlo y se dio cuenta de que... ¡no tenía ningún dibujo ni figura! ¡Se habían llevado todos los hilos! ¡Todos los hilos con los que el tejió su tapiz procedían de otros!
Se escuchó entonces una voz como de trueno. La voz dijo:
-Rush, toma ese bastidor con la tela vacía, que esa se la di yo cuando nació.
Acercándose el ser de luz, tomó la tela sin hilos. En ese momento, Karim lo vio claro: no tenía nada que enseñar. No era nadie. Por eso no pudo ir ni a un lado ni a otro del puente. Ni podía volver a completar su tapiz ni a recibir el premio por él. Simplemente se disolvió en mitad del puente.
En el palacio de Sidi Bou Khalam continúo la fiesta. Y nadie se dio cuenta de la desaparición de Karim Humam ni nadie se acordó de él. Nunca más nadie le recordó ni nadie supo más de él. En un instante, su presencia y su nombre habían desaparecido para siempre. Para siempre.
El tejido de nuestra vida se
construye con los hilos que otros nos han dado. Somos gracias a otros. Ser
persona es ser con otros, pero también desde otros y para otros. La persona
descubre -y experimenta desde sus primeros latidos- que todo crecimiento hacia su
plenitud solo ocurre en el encuentro con los otros y con el Otro. Se
trata de la constatación de la esencial apertura a la trascendencia y a la
fraternidad, a los otros y al compromiso con ellos. Y entre estos otros
significativos con los que nos encontramos en la vida, los profesores
constituyen unos de los más importantes.
Por el encuentro con otros, la
persona puede realizarse como tal. Y es que las personas somos, más que seres
sociales, seres comunitarios, es decir, seres que han de hacer su vida
acogiendo y dándose a otros, siendo acogidos y siendo objetos de don.
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